Ya hacía meses que había terminado carnaval, pero por las calles seguíamos usando la misma mascarilla, confinados en nuestras casas, convertido en prisión, la gente para sentirse libre y hacer que fuera más amena esos días echaban mano a la imaginación, transformando las cuatro paredes en panaderías, reposterías, restaurantes, gimnasios para intentar mantenerse en forma y sobre todo en lugares de ocio, donde ver la tv, jugar a la play, leer, pintar, un sinfín de cosas, entretenimientos varios, en busca de esa felicidad que les permitiera evadirse.
Al igual que en las cárceles se permite al preso salir de sus celdas por un rato y que pueda estirar las piernas mientras camina por el patio, a la gente se le concedió la opción de salir a comprar, siempre que llevase mascarilla y sólo saliese una persona adulta, dieron la libertad de poder hacerlo con la compañía de algún hijo o mascota.
He de confesar que tenía su lectura positiva, dentro de esa nueva experiencia para la humanidad, una era que los padres pasaban más tiempo con sus hijos, otra que la madre naturaleza se estaba recuperando de los estragos sufridos por las personas, el aire empezaban a ser más puros, sin esa contaminación que se sufría a diario, los ríos, lagos y mares también se libraban de las basuras que ellos, los humanos, cosechaban en ella, las aguas empezaban a ser más claras y con mejor fluidez, a su vez la fauna lo notaba, tal era así que algunos de los animales como las cabras y jabalíes se atrevían a pasearse por los pueblos y ciudades sin ningún impedimento. Pero tras cumplir condena y con la condición de llevar la mascarilla, mantener la distancia en lo posible, a las personas se les dejó salir, hubo varias fases antes de poder regresar a una cierta o incierta realidad, sin dejar de lado la dichosa mascarilla, en seguida hubo un júbilo que se expandió cuan reguero de pólvora, coincidiendo con el verano y las vacaciones, haciendo fiestas y botellones por doquier, reuniones de gentío innumerable, la basura, la mugre, incluso la mierda nos envolvió, añadiendo a esa porquería las dichosas mascarillas que nos protegen del virus, haciendo caso omiso a los agentes de la ley que nos recuerdan la importancia de llevarla puesta y la consecuencia de lo que conlleva, más contagios y sobre todo multas, así que otra vez regresamos a la contaminación, más las mascarillas flotando a doquier llegando a los fondos de los mares y ríos. Hoy día vamos retrocediendo cautelosamente y regresando a nuestras mazmorras por un castigo autoimpuesto, siempre cumpliendo unas normas según qué lugares, confinados barrios, pueblos y algunas ciudades, me pregunto ¿hasta cuándo?