Mentiras,
de las que llamamos piadosas,
de las que pesan,
de las que duelen.
Mentiras.
Verdades a medias,
verdades enmascaradas,
verdades ocultas.
Necesidad de enmascarar una dura verdad,
esa verdad que hiere y
se hace sangrante.
Cuando esa verdad disgusto da,
traición por un sentimiento,
que enterrado queda,
con un confuso pensamiento,
de una idea quizás errónea,
que sólo tú creas acertada,
hacia esa persona o personas,
ya sea
amistad, pareja, familia.
En un momento dado
creas ese engendro,
de pura farsa,
llamada mentira.
Una rata sucia
que se come tus entrañas,
y te retuerces,
y te ensucias,
y te manchas,
transformándote en un ser
esquivo, escurridizo, fugitivo.
Una montaña que alimentas,
hasta que sin darte cuenta,
la luz desquebraja esa oscuridad,
estallando, dejándolo perdido,
atado de pies y manos,
contra la espada y la pared,
sale la mierda a flote,
sintiéndote
impotente, indefenso, frágil.
Surgiendo una guerra de palabras,
amenazas, improperios varios.
Te acusan,
te increpan,
te interrogan.
Ante sus ojos
un delincuente eres.
Y todo…¿Por qué?
Porque tu verdad,
sabes que no la toleran,
sabes que no la respetan,
entonces, decides hacer
puro malabarismo,
puro teatro.
Juegas a ser,
juegas a reír,
intentas a nadie herir,
pero… ¿quién miente más?
Ellos que te criaron en el respeto,
ellos que te criaron en la tolerancia y
son los primeros que
ni respeto, ni tolerancia.
Al final, todos perdemos.