Corrían
tiempos difíciles, tal era la hambruna y la escasez de medicamentos en aquel
pueblo, que la muerte se aparecía cuando uno menos lo esperaba, al acecho
estaba, como si de un gato se tratase agazapado en cualquier esquina, en busca
de su presa.
Era día de ración, el viento soplaba
violentamente, imposible era avanzar y dar unos pasos sin que tuvieras que
hacer un esfuerzo, a la vez tratar de mantenerse en pie, pero Rosa, tenía que
salir a por un poco de comida, algo que pudieran llevarse a la boca.
Rosa era viuda, la guerra hizo que se llevara
a su marido, Roberto, que en vida tenía un negocio, dónde vendía todo tipo de
ropa de abrigo, tanto de mujer como de hombre, también bastones y paraguas, por
desgracia una bomba fue a parar a la tienda, sin dejar rastro alguno, ese mismo
día esta Roberto y Julio su hijo mayor a punto de cumplir catorce años, él
ilusionado como estaba aprendiendo el oficio, trágicamente fallecieron los dos,
dejando a Rosa en la más profunda de las miserias, viuda y con un hijo menos,
ahora solo le quedaba Juan que apenas contaba los seis años de edad.
A
Rosa no le quedó más remedio que ponerse a trabajar, limpiando en las casas de
otras familias o remendado todo tipo de ropa, estando en la cola, empezó a
llover y al poco a tronar, era un ruido ensordecedor, mientras tanto en la casa
estaba Juan, frente la chimenea, acurrucado viendo las llamas hipnotizado con
el vaivén que éstas le ofrecían, sentía los pies fríos y no paraba de tiritar,
las contraventanas sonaban con un ñiiiic ¡pum!, ñiiiic ¡pum!, Juan las cerró
como pudo, más tarde, poco antes de que llegara su madre, fue al dormitorio a
tumbarse en la cama, cerró los ojos, nunca más volvería a abrirlos.