Pasado oculto. Capítulo 2: Los recuerdos

Ya hacía tiempo de la última emboscada, los días van pasando, nunca sabes la hora, la noción del tiempo se pierde a cada momento, solo distingues el día y la noche por la luz, la claridad y la oscuridad, estamos escondidos en una cueva, cerca de las minas, abandonadas ya por la guerra, nadie trabaja en ellas a sacar carbón, me acuerdo de cuando trabajaba picando la recia pared, junto a mi amigo Miguel, mi amigo de la infancia, el pobre quedó impedido por un accidente que ocasionó un derrumbe, ahí murieron varios compañeros aquella tarde, por eso no está en la lucha activa como nosotros, pero el bueno de él se la juega como el que más. Cuando puede con gran disimulo y cautela, para que no le pillen nos trae algunas raciones de comida, pan y vino, gracias a él  y a algunos de nuestros familiares vamos tirando, cuando no, salimos a cazar o ponemos alguna trampa, a ver si cae alguna liebre o jabalí, no siempre tenemos que echarnos algo a la boca, pasamos por ciertas hambrunas, tiritando de frío con el único calor que el de una tímida fogata, cuando no estamos charlando o recostados intentando dar alguna cabezada para descansar, intentamos amenizar el rato charlando, jugando a las cartas o fumando un pitillo, los recuerdos son los que nos mantiene con vida en este mundo infernal sino hemos muerto ya y estamos en él.

Me acuerdo cuando conocí a María, era por el verano en las fiestas del pueblo, ella morena, algo delgada, el cuerpo mas o menos bien formado, llevaba en cada mano un cántaro de leche, yo pasaba cerca, era sábado, me acuerdo, porque me tocaba llevar el rebaño de las ovejas de padre a pastar por el monte, y me ofrecí con la buena intención de ayudarla, cruzamos nuestras miradas, y la dije que esa noche me reservara un baile u dos, ella con una sonrisa me dijo que me preocupara de las ovejas, que tenía alguna descarriada, la dije que era un buen bailarín y esa noche bailaríamos un pegao, una de esas lentas que gusta a las mujeres.

Años después tras rondarla, insistentemente y sobre todo porque la embaracé, nuestras familias no sabían que estuviese en cinta, así que nos casamos.

El tiempo pasó y mi mujer dio a luz a una niña, que pasaría a llamarse María como su madre, por desgracia a los quince días, debido a una neumonía, María, mi mujer, falleció, tras el entierro y como la guerra civil ya había estallado yo no podía ocuparme de la niña y nadie por temor quiso hacerse cargo, así que fui a un orfanato de Oviedo y por la noche con el orvallo empapándome la dejé a la puerta, toqué al timbre y salí corriendo, me acompañaba Miguel mi buen amigo, eso si intenté no antes escribir una carta, con ciertas explicaciones y ruegos a las monjas de que me la trataran bien como Dios manda, es en estas ocasiones, cuando uno se acuerda del de arriba, también dejé una foto donde aparecíamos sus padres, su madre, embazada de ella y yo, abrazados, a su vez la puse un colgante en el que por un lado estaba la Virgen de Covadonga y por el otro lado una foto de su madre.

No todo son buenos recuerdos, pero los guardo para mí, como un tesoro, ahora, por los tiempos que corren es lo mas preciado que tengo y un momento en el que me siento libre, aunque campe por el bosque de la montaña, pero siempre al acecho de mis captores, cual animal con sus instintos de supervivencia.

Pasado oculto. Capitulo 1: La emboscada

La lluvia caía recia, sin cesar, llevaba horas así, a mi alrededor, la naturaleza, musgo, líquenes, helechos, estamos todos agazapados, como la mayoría de las veces, con el corazón en un puño apenas se nos siente respirar, del frío me tiritan las manos, bueno frío, nervios y cansancio, de mi boca sale un pequeño vaho, se oye el sonido del urogallo, es la señal, cargamos las armas, apuntamos y disparamos, cualquier hombre que se acerque de uniforme fascista será una cruz en el cementerio, nuestro mayor objetivo es abatir cuanto antes a algún soldado de alto rango, eso a parte de causar una buena baja les retiene intranquilos sin saber que hacer, excepto soltar varias ráfagas que intentan dar en alguno de nosotros, no siempre con el mismo resultado, suerte que desde las alturas y escondidos como estamos es difícil acertarnos, la balas pasan silbando a escasos milímetros, pero como siempre es cuestión de segundos, los movimientos precisos, todo acaba pronto para retirarnos lo más rápido posible, nos escondemos cual zorro a su madriguera, confortándonos con seguir viendo a nuestros camaradas vivos y sintiendo a nuestros caídos, huimos, pues estamos proscritos, han puesto precio a nuestras cabezas, siempre escondidos abandonados a nuestra suerte, lejos de la familia, de nuestros seres queridos, en nuestras caras hay terror, nos sentimos exhaustos, el cansancio se nota inminente, cuando estamos a salvo le damos un trago al  vino de Tino y el queso que nos trae Samuel, que como todos nosotros nos jugamos el pellejo para ir por turnos a por algo de comida a alguna casa familiar o en algún lugar donde los parientes saben esconder y que nosotros miraremos, lo normal es que dichas provisiones escaseen pues es muy arriesgado, no sólo por nosotros, que también, sino por nuestras familias, amigos y vecinos, pues podrían castigarles a ellos también por ayudarnos.