Hace tiempo que mis padres me vendieron, solo hizo falta unas cuantas vacas y otras tantas cabras, imagino que en el negocio también entraría una cantidad de dinero insospechada.
Quién me compró es un hombre blanco, responde al nombre de Yeiq, aunque siempre le tengo que llamar como él me pida en cada momento, amo, cariño, o cualquier otra cosa,
Para mí siempre será cabrón, hijo puta, capullo y similares, pero sólo lo pienso pues mi vida está en juego, aunque siempre procura tener cierta atención, sabe que depende de su producto para ganar su dinero.
Siempre hemos estado viajando de un lado para otro, hemos incluso cambiado de continente, pasamos por Europa y ahora estamos en Rusia, en muchos de los lugares en los que hemos pasado mal viviendo, he conocido a otras chicas de diferentes edades y naciones, incluso llegamos a trabajar juntas o en los mismos locales ofreciéndote de buena gana a esos hombres babosos y asquerosos que te manosean y te restriegan de una manera asquerosa su repugnante lengua por mi joven cuerpo ya irreconocible.
No recuerdo cuando perdí mi virginidad, sé que fue muy doloroso, humillante y horrible, lloré toda la noche, pero tienes que tragar tu orgullo y sonreír, has de actuar para esos degenerados clientes a los que llamo amor o cómo demonios quieran, da igual el dinero que gasten o la educación que muestren, al final va a ser siempre igual, procuro dar lo mejor de mí, pues de ello depende que reciba una paliza o no.
Mis padres me pusieron con el nombre de Ayana, cuyo significado es “flor hermosa”, aunque para muchos otros he sido Sofía, Danay, Amor, o al menos para algunos, mientras que otros soy perra, zorra y otras cosas peores.
Es posible que se me olviden muchas cosas, otras por el contrario lo intento olvidar como el noventa por ciento de mi vida, lo que siempre recordaré es la fecha de mi cumpleaños y aunque sé que no tendré regalo alguno, al menos tengo la certeza que hoy hago dieciséis años.