Era una tarde lluviosa de domingo, el otoño estaba dando paso en esos fríos días de invierno, los árboles prácticamente desnudos con apenas hojas anaranjadas en las copas.
Sofia acompañada por sus tíos, Madelin y John, junto con unas pocas amistades.
Se encontraba en el cementerio, pues estaba enterrando a su madre Shara, pues falleció de cáncer al poco de haber descubierto un bulto en el cerebro.
De forma inesperada llega un mensajero, bien trajeado, con sombrero, gabardina, un paraguas en una mano y un sobre en la otra.
Este mensajero, era un hombre de unos cuarenta años o más, pregunta por Sofia y responde con un –“soy yo”-, el mensajero responde al nombre de Steven, de la compañía West Unión, firma un formulario y entrega el sobre. Tras el entierro y despedirse de su familia y demás, decide leer la misteriosa carta cuyo remitente no era otro que el de su madre.
“Querida hija:
Te escribo en el nombre de tu padre y mío, entiendo que, si llega esta carta a tus manos, es porque ya no estoy a tu lado, reuniéndome en el cielo con tu padre, tenía la necesidad de contarte la verdad sobre ti, sobre tu verdadera familia, he de confesar que ni tu padre ni yo hemos tenido el valor de confesarte la historia en cuanto a ti se refiere.
Has de saber que hace tiempo decidimos adoptarte, eras un bebe aún y nosotros no podíamos tener descendencia alguna, tenerte con nosotros ha sido una bendición y te hemos querido con todo nuestro alma, has sido una hija extraordinaria, nos sentimos muy orgullosos de ti, espero que no te enfades, aunque entiendo que estés enojada, te pido de corazón que nos perdones, en una tarjeta que añadí en el sobre está la dirección de tus padres biológicos.
Con cariño
Shara y Mikel”
Al día siguiente aun con los sentimientos y a flor de piel y la noticia sin apenas asimilar, Sofia decidió tomar rumbo a donde ponía la tarjeta.